Bogotá, D.C., 6 de noviembre de 2015. Estas fueron las palabras del presidente de la Corte Suprema de Justicia, magistrado José Leónidas Bustos Martínez, la apertura de los actos conmemorativos del trigésimo aniversario del Holocausto del Palacio de Justicia.
«Existen momentos en la vida de un hombre en los que al volver la mirada al pasado, la intensidad de los recuerdos dolorosos hacen que se remueva la fibra más profunda de su ser.
»Hoy, al pronunciar estas palabras, no puedo dejar de pensar en los maestros, en los empleados judiciales, en los amigos, en los compañeros, en los trabajadores de la cafetería y en los ciudadanos que vieron sus vidas segadas en los fatídicos hechos de los días 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando en este sagrado recinto de la justicia, la irracionalidad de la barbarie se impuso ante toda consideración a favor de la vida.
»A ellos va dedicado este sentido homenaje, que representa un tributo de reconocimiento al dolor de estos seres indefensos que aquella luctuosa mañana se hallaban cumpliendo con sus deberes, once de ellos dedicados a una de las más nobles tareas que puede desempeñar un ser humano: la de administrar justicia; y aquellos otros que con su esfuerzo apoyaban esta labor colmando las distintas necesidades que el desempeño humano de la función judicial demanda.
»Estos conciudadanos fueron víctimas de una irracional forma de zanjar las diferencias entre los seres humanos: la guerra. Se vieron atrapados en el fuego cruzado de dos fuerzas enemigas, que lejos de alcanzar sus objetivos marcaron esos días como los más infortunados de la historia reciente nacional y causaron una profunda herida al corazón de la democracia colombiana, que pese al paso del tiempo no ha logrado sanar plenamente, sino que aún duele, y se siente incluso en las generaciones actuales, que advierten incomprensible por qué la locura de la guerra se instaló en el recinto de la justicia, de la rectitud, de la probidad.
»En el recuerdo perenne queda el dolor inefable de una justicia en llamas y el absurdo sacrificio de inigualables hombres y mujeres que pusieron su inteligencia, su integridad y su dedicación a su servicio. Ese sufrimiento, sumado al padecido por sus familiares y amigos, es un estigma para nuestra sociedad; una marca indeleble que evoca la necesidad de poner íntegramente nuestras instituciones al servicio del hombre, pues las instituciones sin los hombres carecen de sentido. Es un llamado permanente a la no repetición de estos brutales actos de violencia.
»Con todo, la proclama es mucho más amplia, puesto que en esta fecha debemos reivindicar el derecho a la vida de todos los colombianos. No podemos olvidar que nuestro país ha resistido innumerables agresiones en contra de la sociedad civil y el ataque constante de forma casi anónima contra muchos servidores judiciales. Estos actos de terror atentan contra la esperanza de un país mejor.
»Los nefastos acontecimientos ocurridos en el Palacio de Justicia no dejaron ganadores solo vencidos, todos perdimos: la guerrilla del M-19, que treinta años después reconoce que su actuar fue el más grave error por ellos cometido. El gobierno nacional y la fuerza pública, por la deslegitimación que les produjo el tratamiento dado a los sucesos. La justicia, al haber visto fallecer a manos de la insensatez a varios de sus más eximios representantes. Los familiares y amigos de las víctimas, a quienes se les arrebató de su seno a sus seres queridos. Colombia entera perdió, pues estos hechos no constituyeron un digno legado para la posteridad.
»Durante muchos años, los familiares de las víctimas del holocausto del Palacio de Justicia sufrieron la indiferencia ante su dolor, pero pese a ello, con decidido coraje, alzaron sus voces para señalar que estos hechos no solo agraviaron su entorno afectivo, sino que la crueldad ejercida contra la justicia constituía una clara evidencia de que la atrocidad de la guerra se había extendido a todo el país, victimizando a cada uno de los colombianos y resquebrajando su tejido social.
»Entiendo que la economía, la historia, la geografía y las circunstancias nos determinan. Pero solo hasta cierto punto, porque la voluntad individual y colectiva, la responsabilidad y el liderazgo constructivos, el anhelo de armonía, de cerrar las heridas, de heredar a nuestros hijos un futuro promisorio con mejor país en el que puedan desarrollarse libremente y con igualdad de oportunidades, pueden superar obstáculos, trazar caminos hacia nuestro destino inexorable.
»Hoy “tomo la palabra” para expresarles que he lamentado y sigo lamentando profundamente los acontecimientos que aquí conmemoramos. Al mismo tiempo, los invito a sustituir los tristes ecos de la violencia por los afables sonidos de un próspero porvenir, a comprometernos con la construcción de una patria mejor para las nuevas generaciones, a tener la paz como entorno, el desarrollo colectivo como meta, la dignidad humana como compromiso ineludible, la tolerancia como hábito de convivencia, el perdón como fortaleza, a poner a prueba nuestra capacidad ilimitada para comprender y aceptar a quienes nos han hecho daño.
»Debo reconocer que muchos de nosotros necesitamos tiempo para curar las heridas, el dolor y la pérdida de los seres queridos por cuenta de la intolerancia. También, que podemos encontrar todo tipo de excusas para posponer el perdón, tales como la falta de arrepentimiento del transgresor, la no restauración de nuestros derechos o el desconocimiento de la verdad sobre lo ocurrido; pero ello indudablemente retardará el disfrute de la felicidad, postergando el estado de civilidad y de justicia social que todos anhelamos.
»No aspiro a que se olviden estos nefastos acontecimientos; por el contrario, treinta años después de ocurridos tienen que servir para enseñarnos a todos que el uso de las armas no es ni ha sido la manera racional de resolver los conflictos. El terrible desenlace y el sacrificio de los hombres y mujeres a quienes se les arrebató la vida, ha de ser útil, de una parte, como ejemplo, para mostrarnos hasta dónde no deben llegar las diferencias y, por la otra, para enseñarnos que no se debe desistir en el esfuerzo por encontrar una paz consensuada, por entender que es el diálogo y no la confrontación bélica lo que brindará verdaderas alternativas de solución a nuestros conflictos y evitará los horrores que la guerra produce.
»Con el paso del tiempo, muchos de Ustedes se han convertido en líderes comprometidos con la equidad, con la justicia, con la verdad, con la reconciliación y con el progreso social, cultural y económico del país. Esos impulsos son fundamentales y nos invitan a preguntarnos cómo avanzar a partir de ellos en el mundo que nos rodea.
»Propongo potenciar aún más la fuerza de los argumentos y las iniciativas para la promoción y protección de los derechos humanos. Nuestra invitación es a participar constructivamente en la tarea de la reconstrucción de la confianza, anhelo que los hechos que hoy conmemoramos, sirvan para unirnos, para fijar metas colectivas; porque en una democracia, la ciudadanía se asienta sobre unos valores comunes que dotan de sentido a nuestras acciones, en la búsqueda permanente del desarrollo integral, de la solidaridad, del respeto a la diversidad, de las libertades individuales, del debate libre y permanente, al respetuoso disenso, a la inclusión social. En últimas, a honrar la democracia. Estas acciones constituirán nuestro mejor legado para construir el futuro.
»La presente conmemoración, es el escenario propicio para convocar la solidaridad y la protección que los funcionarios judiciales requerimos de todos los estamentos públicos, de la sociedad civil y de la comunidad internacional. Conformamos un Poder vinculado a la defensa de la Constitución, de la ley, de los principios del derecho, de las garantías fundamentales; cuya función principal consiste en ahondar en las turbias profundidades de la iniquidad, de la ilegalidad, de la injusticia y en poner freno a las pretensiones mezquinas de quienes creen estar por encima de la ley.
»Esa labor nos expone con frecuencia al odio enceguecido de ciudadanos desinformados e injustos y en objetivo de peligrosos delincuentes empeñados no solo en deslegitimar y desestabilizar las instituciones jurisdiccionales, sino también en minar sus principales valores como la autonomía e independencia.
»Por ello, hago un llamado a todos los colombianos y colombianas para que rodeemos a todos nuestros jueces, para que resguardemos y exaltemos su labor, pues con su abnegada actividad y dedicación, con su respeto irrestricto a la Constitución y a la ley, garantizan la protección y promoción de los derechos humanos en todos los rincones del territorio patrio y enaltecen el nombre de la justicia, pilar fundamental de la democracia.
»Para terminar, debemos reconocer la deuda que nuestra sociedad tiene con las víctimas del holocausto ocurrido en esta sagrada Casa, por el sufrimiento que les ha sido causado por cuenta de la intransigencia y por haberse visto obligados a reivindicar con tenacidad el valor de la verdad y de la justicia.
»Señor Presidente, una vez más como hace treinta años le exigió angustiosamente nuestro Presidente de la Corte Suprema de Justicia al Presidente de aquel entonces, pido ahora, para el bien de Colombia, “cese al fuego” !!!».